martes, 6 de marzo de 2012

GLAMOUR Y ELEGANCIA

El glamour, al menos así lo entiendo yo, es una característica que otorgamos a aquellos seres humanos que despiertan en nosotros cierto nivel de atracción. Una atracción que procede generalmente de la fama y el prestigio que los medios de comunicación conceden a determinados individuos. Cabe destacar que los media otorgan prestigio y fama no en base a un sistema de méritos personales o profesionales, sino por el nivel de interés que pueda despertar una persona y, por ende, por los niveles de audiencia que llegue a generar aquella. Por poner un ejemplo, el recientemente fallecido Fernando Fernán-Gómez era mucho menos famoso de lo que era Carmina Ordóñez, las muertes de uno y otro van a producir un volumen muy diferente de minutos de televisión o de páginas de prensa. Sin embargo, Fernán-Gómez fue un actor genial y la Ordóñez no era más que una vividora.

El glamour es una característica adquirida externamente, otorgada por los demás. La prensa, los críticos, los líderes de opinión, el resto de las personas, en definitiva, son las que generan el glamour. Por el contrario la elegancia es algo de lo que uno es absolutamente dueño. A mi no me hacen elegante los demás, pero sí me convierto en glamuroso con la venia de los otros. Si hiciésemos una encuesta entre los lectores de esta bitácora estoy convencido de que más del ochenta por ciento considerarían que Kate Moss es una persona con mucho glamour, pero ¿es elegante esta joven drogadicta?. No seré yo quien gaste la huella de mis dedos en juzgar al personaje.

Algo similar podríamos cuestionarnos sobre figuras a las que estamos tan habituados a ver desfilar por las alfombras rojas o delante de escenarios llenos de logotipos. Jennifer López, Christina Aguilera o Cate Blanchett son algunos ejemplos de personas que convierten en glamurosa una fiesta benéfica o una entrega de premios, pero esa categoría ha sido entregada previamente por los medios. A estas tres señoras las han hecho figuras de relumbrón, que vienen a ser algo así como piezas cotizadas para los reporteros, sus asesores de imagen y en relaciones públicas. Estos gremios son hoy día los chamanes posmodernos. Su trabajo consiste en lograr convencer al mundo entero de que una actriz de origen latino más o menos agraciada es un símbolo de elegancia universal. Será para quién se trague lo que dicen las revistas.

No podemos dejar de lado ese glamour menos mediático y más cercano. Ese glamour al que nos referimos para definir un evento local, un establecimiento comercial concreto o a una persona más o menos de nuestro entorno. Incluso he escuchado a algunas madres hablar de “colegios con glamour”. Mal empiezan algunos niños gracias a estas madres tan pretenciosas. Porque se empieza asistiendo a colegios glamurosos y se termina acudiendo a centros de rehabilitación no tan codiciados. 

El caso es que este glamour cercano, además de ser fruto del juicio de los demás, resulta ser algo que se puede comprar, con un cierto nivel adquisitivo, claro está. Se puede llevar a los niños a un colegio glamuroso, conseguir entradas para una fiesta o un club glamuroso y comprar en las tiendas más glamurosas de la ciudad. Lo que no vamos a poder comprar nunca con dinero es la elegancia. Esa es la gran diferencia entre elegancia y glamour.

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